Se habla de igualdad, esa palabreja de la que tanto se presume pero que poco se practica. A las mujeres les cuesta mucho más que a los hombres conseguir las cosas, en pleno siglo XXI. Solo hay que ver el panorama económico: los puestos de responsabilidad suelen estar ocupados mayoritariamente por hombres. Hay mujeres, pocas. En política, tres cuartos de lo mismo. ¿Cuántas mujeres han sido hasta ahora presidenta del gobierno-ninguna-, o secretaria general de un partido, muy poquitas. En el deporte tres cuartos de lo mismo, no es que lo diga yo, hay pruebas de ello.
Al fútbol femenino, que tantos éxitos está cosechando, le ha costado de lo lindo que se le reconozca. Han pasado años de discriminación hasta llegar a la situación actual. No obstante, la discriminación sigue, en menor medida, pero sigue. Los salarios de las futbolistas no tienen nada que ver con los de sus colegas masculinos. Las diferencias son abismales y bochornosas, diría yo. Pero ahí siguen peleando en el campo, donde su juego nada tiene que enviar al de los varones. Quizás algunos piensan que el fútbol no es cosa de mujeres, que si lo practican es un capricho. Los tiempos han cambiado, mucho en algunos aspectos, pero en otros no, y las mentes cerradas no cambiarán por muchos años o siglos que pasen. La ventaja es que las mujeres saben que lo tienen más difícil, no obstante, la palabra rendirse no forma parte de su ADN.
Este fin de semana se jugaba la final de la Supercopa de España, siendo el escenario Mérida y los equipos que se disputaban el trofeo, el Barça y la Real Sociedad. Dos equipos buenos, competitivos. Al final, el equipo azulgrana se hizo con el codiciado trofeo tras vencer por 0-3. En la entrega del trofeo y las medallas correspondientes a las jugadoras, una vez más, la discriminación ha sido más que evidente. La copa fue recogida por la capitana el Barça, Marta Torrejón, que subió al palco al recogerla. Las medallas, depositadas en una mesa en un lateral del césped, fueron recogidas por cada una de las jugadoras. No se las colgaron ni el presidente de la Federación, ni ninguna otra autoridad presente.
Las críticas han llovido por todas partes, con razón. Mientras el mismo trofeo, versión masculina, se jugó en Arabia Saudí, y no hace falta explicar que en la ceremonia de entrega no ocurrió lo mismo. La Real Federación Española se ha visto obligada a emitir una nota de empresa en la que entre otras cosas dice: “De acuerdo con los protocolos de premiación de la RFEF, y teniendo en cuenta tanto el elevado número de representación institucional, así como las infraestructuras para el acceso al palco desde el césped del estadio, el departamento de Protocolo decidió activar la ceremonia de entrega en el palco de la misma manera que se lleva cabo en la Copa del Rey: entrega de la Copa a la capitana del equipo campeón y entrega de medallas al equipo vencedor en césped/vestuario. Se trata de la misma ceremonia de premiación que se llevó a cabo en la última edición de la Supercopa Femenina en 2022".” Quien sea el autor/a de la nota, hay que recordarle que las medallas no fueron entregadas en el césped a las jugadoras por el presidente, y por ninguna de las muchas autoridades. Algunas de ellas podían haber bajado al césped y cumplir con la cortesía de rendir reconocimiento y consideración a las ganadoras. Como hacía tanto frío en Mérida, igual las meninges de parte de los “ocupantes” del palco se habían congelado.
Las excusas de que la entrega siempre se ha hecho así, son malas. La Supercopa masculina se debería jugar en España, sin embargo, se hizo en un país donde los derechos humanos se los pasan por el forro y el dinero ha tapado este pequeño detalle. ¿Por qué el equipo femenino no puede recibir las medallas de manos del presidente de la Federación, Rubiales, o de cualquier otra autoridad? Porque no han querido. Decía Simone de Beauvoir que “el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”. De eso no sabe nada Rubiales.
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