Si el presidente del Gobierno hubiera dimitido momentos antes de que se comenzase a votar la moción de censura contra él, el cargo habría seguido en manos del PP o habríamos ido a elecciones. Pero Rajoy prefirió facilitar a Sánchez su sueño de presidir el Gobierno, y sólo tras recibir la censura decidió retirarse a Santa Pola como registrador de la propiedad. Ahora, podemitas e independentistas centran sus ataques en el Rey. Y reiteran su mantra acusatorio de que apoyó la represión del 1 de octubre. Todo es un montaje, y ellos lo saben. Muchos de quienes no somos monárquicos sabemos que de ningún modo queremos una ‘república tiránica’ como nos aguardaría de prosperar sus planes. Sin ir más lejos, enterémonos del contenido de la ley de transitoriedad jurídica que de mal modo aprobó el Parlament el 7 de septiembre, jornada en que nuestros separatistas sustituyeron un orden legal democrático por medios ilegales, y se hicieron golpistas.
En uno de sus magníficos artículos en 'El País', el titulado ‘El árbitro sin reglamento’, Álex Grijelmo ha razonado de forma impecable acerca del discurso del Rey, televisado el 3 de octubre.
En efecto, el escritor burgalés -doctor en Periodismo- afirma de modo irrefutable que “quien repase las 661 palabras de Felipe VI no encontrará en ellas apoyo alguno a las innecesarias, estúpidas y violentas acciones de la policía en aquella fecha. Se puede alegar que no las condenó, y se dirá una verdad. Pero si se critica que las apoyó, se dirá una mentira”. Esto no sólo es tajante, es capital.
A pesar de esta prueba incontrovertible, hay plumillas y vocecillas que -incontinentes en la mentira y difamación- siguen en su continua labor de tergiversar, para engañar a la ciudadanía y atizar el máximo odio posible a su alrededor. Estos ataques se dirigen hoy al Rey por no dirigirse explícitamente -de momento- a España.
Grijelmo destaca con razón que cuando se dice que el Rey no actuó como árbitro (esto es, diera la razón a unos y se la quitase a otros según su leal saber y entender) se oculta que no hay árbitro sin reglamento. Quienes se saltaron por todo lo alto la Constitución y el Estatut, despreciaron absolutamente la mayoría de los votos de los ciudadanos de Cataluña. ¿Cómo se puede exigir que un árbitro sea arbitrario, esto es, ajeno a la ley y a la razón?
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