Antonio Gramsci (1891-1937) es un político intelectual de referencia más allá de su militancia en el PCI, del que fue cofundador. En sus cuadernos redactados en la cárcel, Pasado y presente (Gedisa), denunciaba a "un amplio sector que 'vive' de la política de 'mala fe', esto es, sin convicciones", y analizaba el perfil de los tránsfugas. Abordando una ecuación personal, calificaba de estúpidos a quienes esperasen encontrar en la política únicamente granujas cristalinos, cuando lo más frecuente, decía, es vérselas con 'semigranujas'. Estos acaban siendo los granujas del día a día.
Gramsci denotaba voluntad de claridad y se sentía obligado a matizar. Así, ante una estadística escribió: "Sería necesario ver cómo han sido obtenidas estas cifras y si se trata de cantidades homogéneas". No actuaba, pues, como un populista al uso. De los demagogos detestaba que se considerasen a ellos mismos insustituibles.
Hay, señalaba, intelectuales mediocres y fracasados que practican el rencor. A veces consiguen un 'éxito mezquino' al desviar el rencor contra grupos sociales relativamente 'inocentes'. ¿A qué denominaba 'pensamiento sectario'? Al que se cierra a ver que el partido político no es sólo la organización técnica del propio partido, sino de todo el bloque social del cual es guía como expresión necesaria; esto es, el hábito de tomar un partido como un fin en sí mismo, como una secta.
A estos sobrados los encuentra mezquinos, aunque asuman 'poses de gladiador' y tengan 'manías de grandeza': "Es la acostumbrada relación entre el gran hombre y el camarero". Al leerlo no he podido dejar de recordar a los Iglesias, Monedero y Echenique perorando contra la Transición. Pero también a Colau. ¿Por qué? Su actitud jactanciosa, de pretender una superioridad moral previa sobre los demás es un fraude y es injustificada, máxime después de verles actuar una y otra vez. Hace poco, Ada Colau descalificaba a Manuel Valls como 'un perdedor'. Un comentario propio de una burguesa con la panza llena. Evidencia, además, miedo a que el hispano francés pueda ser candidato a la alcaldía de Barcelona. Para colmo, el 'perdedor' Valls logró ser primer ministro francés. ¿Qué diría Gramsci de todo esto?
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