Los cuadernos de viaje de Moratín fueron publicados de forma póstuma, pero tardaron más de un siglo en ser reeditados. Cosas que pasan. Hay unas ‘Apuntaciones sueltas de Inglaterra’ que son interesantes de leer, ahora lo veréis. Leandro Fernández de Moratín, de noble familia asturiana, nació en Madrid, en 1760. Murió desterrado en Francia, sesenta y ocho años después. Autor teatral satírico que publicó en 1806 ‘El sí de las niñas’, fue protegido de Godoy, tradujo a Molière y a Shakespeare y fue retratado por Goya (una auténtica joya). Entre muchas otras cosas que no son para contar ahora, decía Moratín en esas páginas que en ningún lugar había visto "practicada la verdadera caridad política con tanto acierto como en Inglaterra". Oportunos auxilios permitían socorrer y enmendar "los males que causa al género humano la desigualdad escandalosa de las fortunas"; así, quien pagaba seis mil reales de alquiler al año, debía contribuir con mil para los pobres (una proporción de uno a seis). Ahora bien, "cuando se observan de cerca las naciones, aún aquellas que, no sin motivo, son admiradas, ¡cuánta consolación ofrecen a los errores y defectos de los demás". 'Esto sirve para nosotros', interrumpe Ana desde su pupitre.
Mirémonos también a nosotros y no seamos palurdos. Un defecto que hacía fastidiosos a los ingleses, anotaba, era el orgullo, "tan necio tan incorregible, que no se les puede tolerar". Si se habla de religión, los demás pueblos son, según ellos, fanáticos y supersticiosos. Pero su línea anglicana no carece, apostillaba Moratín, de abusos y es asimismo capaz de "inspirar todos los furores del fanatismo". Y si se habla de Gobiernos, ninguno hay mejor que el suyo.
Vale la pena leer entero este párrafo para acabar, escuchad:
"Esta dulce satisfacción de que nada hay bueno sino en Inglaterra les hace mirar todo lo que no es inglés con una caritativa compasión que aturde; les hace decir tan clásicos disparates acerca de las otras naciones, y atreverse a preguntas tan necias y extravagantes, que no hay extranjero que pueda contener la risa al oírlas. Este ignorante orgullo, acompañado de las costumbres feroces que aún conservan les da un aire de rusticidad, que ofende a la vista".
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