Decía el dramaturgo y periodista irlandés George Bernard Shaw que “la política es el paraíso de los charlatanes”. Ejemplos de ello hay unos cuantos. En esta etapa, el rey de los charlatanes es el vicepresidente del gobierno de España y líder de la oposición a la vez, Pablo Iglesias.
Se suele decir que a las personas se las conoce por lo que hacen y no por lo que dicen. Iglesias, cuya coherencia no es su mejor cualidad, dice una cosa y hace la contraria. Nadie le puede discutir que es un gran charlatán, que usa la oratoria bien, con un tono de voz que recuerda los sermones de los curas más retrógrados. Emplea una estética de moderno, de coleguilla: unas veces va descamisado y con jerséis de lana gorda -como hacía en su día el periodista Josep Antich cuando estaba cercano al PSUC- y otras, cuando nadie lo espera utiliza camisa, corbata y chaqueta. Es una manera de jugar al despistar y ser el centro de atención en determinados momentos. Todo un maestro en controlar los efectos de su imagen y sus discursos. Decía el maestro José Luis Aranguren que “cuando se habla mucho es que se hace poco”.
Pablo Iglesias habla mucho, provoca más y gestiona peor en el área de sus competencias, donde luce por su ausencia. ¿Alguien recuerda alguna de las gestiones que ha hecho el vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030? Pero es que su estrategia es agitar a todo lo que se ponga por delante para tapar su nula gestión. ¿Cómo lo hace? ¿Tocando aquellos temas que sabe -otros no tienen ni idea- que a algunos de sus votantes les pueden resultar “interesantes” -como los ataques a la Monarquía-, haciendo de oposición al gobierno del que forma parte y trasladando fuera de la Moncloa los debates que se deberían hacer de puertas para adentro. Claro que, si no lo hace así, ¿de qué va a presumir?
Cuando se habla mucho para esconder carencias se suele meter la pata hasta el fondo. Eso le ha ocurrido y le sigue pasando a Pablo Iglesias, que en su penúltima intervención ha comparado a los políticos catalanes huidos con los exiliados españoles, que como todo el mundo sabe se fueron por voluntad propia, de turismo y con todos los gastos “pagados”. Solo hay que mirar las fotografías de todos los que marchaban huyendo del dictador Franco y su pandilla. Ellos tuvieron que elegir entre la vida y la muerte. Eligieron la primera pagando un coste demasiado caro, en muchos casos con su propia vida.
Mientras los políticos huidos por voluntad propia para no asumir las consecuencias de sus actos que no eran por sus ideas políticas, sino por saltarse las leyes, pese a saber lo que hacían, viven como señoritos. Con todos los gastos pagados, incluso Puigdemont con su esposa trabajando con un sueldo de 6.000 euros que paga una empresa de la Diputación…
Comparar a los exiliados españoles con los políticos catalanes huidos, en plena democracia, es de una desvergüenza e indignidad que retrata a quien lo hace. Lo malo del asunto es que el autor de tales afirmaciones es ni más ni menos que el vicepresidente del Gobierno de España al que el presidente Sánchez debería cesar inmediatamente por su irresponsabilidad y falta de respeto hacia esas personas que sufrieron en carnes propias la mano dura de la dictadura. Mientras los políticos catalanes huidos, no exiliados, gracias a la democracia se aprovechan de ella, sin importarles las consecuencias que no hace falta volver a recordar. Solo hay que mirar las fotos de sus comilonas, la protección, los gastos que se pagan con los impuestos de la ciudadanía y sus sueldos de eurodiputados. Todo igualito a los exiliados españoles.
Siempre lo he dicho, no se puede ser dos cosas a la vez: gobierno y oposición. La ambigüedad es propia de los intrigantes, inútiles y estúpidos. Lo decía Catón el grande: “no pierdas el tiempo en discutir con los estúpidos y los charlatanes: la palabra la tienen todos, el buen juicio solo unos pocos”.
Las palabras de Pablo Iglesias han causado indignación entre los familiares de los exiliados, pero también entre miembros de los partido políticos, ex políticos, intelectuales y gente de la calle. Calladito está mucho mejor y más cuando se forma parte del gobierno. ¿Estarán de acuerdo con el líder morado sus votantes? La gran mayoría, no, y algunos de los miembros de Unidas Podemos, tampoco.
Los políticos pueden llegar a subir a la cumbre más alta -cosa que le ha sucedido a él- por carambola, pero no pueden vivir allí mucho tiempo, que no se le olvide.
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