Hace ya unos cuantos siglos que los antiguos griegos enamorados y practicantes de la filosofía se preguntaban: ¿Qué es mejor, el gobierno de los hombres o el de las leyes? Su respuesta era que cuando las leyes son buenas benefician a la comunidad política siempre que los hombres las respeten y las apliquen, pero si estas no se respetaban, la respuesta era contar con hombres buenos, ya que estos además de actuar correctamente en cada una de sus acciones, respetaban la ley.
Si aplicamos este razonamiento, de si es mejor el gobierno de los hombres o el de las instituciones, la respuesta sería equivalente. Son los hombres los que hacen las leyes y las instituciones. Antaño se consideraba un “Hombre Ley”, un hombre con principios éticos en el ámbito público puede considerarse “un Hombre Institución”, de lo que se puede deducir que cualquier mejora en el trabajo de las instituciones públicas, y por tanto de la credibilidad de éstas, será posible si se eleva la conducta moral de los individuos que forman parte de ella mediante la formación ética.
El binomio ético-político es indispensable para la recuperación de la confianza de los ciudadanos, porque si la política reflexiona sobre lo que es mejor o peor para la sociedad, corresponde a la ética moderar los deseos de los políticos y funcionarios preocupándose por el bien general. No obstante, la política moderna pasa de ello, porque casi todo vale.
A lo largo de los siglos ha quedado demostrado que la confianza entre las instituciones y las personas no se logra multiplicando los controles, sino reforzando los hábitos, desde los valores y las metas que justifican su existencia. Esta tarea es la que compete a una ética de la administración pública; la de generar convicciones, forjar hábitos, “desde los valores y las metas que justifican su existencia” para la vida de los gobiernos o cualquier institución. Está más que constatado que la política se ha ido separando de la ética y sucumbiendo a un” realismo sin principios” y al pragmatismo sin convicciones, que es lo que se lleva. Afirmaba Ortega y Gasset que “el mando debe ser un anexo de la ejemplaridad“, situación que no se da en política.
Estos días se ha conocido, gracias a un medio de comunicación, que hay unos 20 trabajadores mayores de 60 años del Parlament de Catalunya que cobran el cien por cien de su salario con trienios incluidos sin tener que ir a trabajar. ¿Por qué y quién decidió esta jubilación dorada? Lo decidió en el 2008 la Mesa del Parlament, que estaba constituida por ERC, PSC, ICV-EUiA, CiU y PP, y que presidía el republicano Ernest Benach. Nadie votó en contra, ni dijo absolutamente nada. Ahora, 14 años después, todos se muestran sorprendidos. ¿Nadie en todos estos años se ha dado cuenta de los privilegios de los funcionarios? Parece que no.
El cobro de sueldo sin trabajar, en principio, sólo afectaba a altos cargos, y después se normalizó para el resto de “trabajadores”. Se dice que dos exsecretarios generales perciben unos 10.000 euros brutos al mes, sin trabajar... La pregunta es ¿Por qué ahora sale el tema? Alguien lo interpreta como una venganza contra los altos cargos que durante todo el triste episodio del procés, no habían apostado por ello, sino por la legalidad vigente como es su obligación ¿Quién está interesado en levantar el tema ahora?. Alguien y por intereses políticos. Eso no impide que todos los partidos que estaban representados en la Mesa aceptaran unos privilegios totalmente abusivos. ¿Ocurre esta situación solo con los funcionarios del Parlament o se está dando también en otros departamentos y administraciones, en menor medida? Alguien lo tendría que revisarlo, por si se está aplicando con alguna fórmula similar, aunque no con cinco años de antelación… Decía el expresidente de EEUU, Thomas Jefferson, que los “derechos iguales para todos, privilegios especiales para ninguno. La clave de un buen gobierno se basa en la honestidad”.
Lo que está sucediendo en el Parlament con los “funcionarios dorados” es grave: la Generalitat apela a la separación de poderes, el Síndic de Greuges, calla y los partidos ponen ahora el grito en el cielo. ¿Sucederá alguna cosa? Creo que no, como siempre. Este es el país donde nadie dimite, no se cesa, y se mira para otro lado pensando que la ciudadanía en poco tiempo se habrá olvidado del tema. En política, España es el país del paraguas que se abre cuando llueve para que el agua resbale y no les empape. En cualquier país sería una tormenta, pero aquí es un pequeño chaparrón que dura cinco minutos y que el paraguas amortigua.
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