Los barones que son presidentes de comunidades autónomas y los otros barones que no tienen responsabilidades de gobierno, a excepción de Díaz Ayuso que no estaba - sería para que no calentará más el ambiente- se reunían por espacio de más de cuatros horas para decidir, en principio, cargarse esa misma noche a Casado. Las informaciones en los medios y la mala imagen que se estaba proyectando de todos ellos: traición, deslealtad y saltarse las normas del partido fueron argumentos - hay más- suficientes para dar un paso pequeño atrás en su asalto a Casado, su presidente.
“No he hecho nada malo, quizás algo mal. No merezco tener que dimitir hoy”. Unas palabras que pronunciaba Casado a sus “compañeros” que a más de uno les hizo remover lo poco que les queda de conciencia. Feijóo no quiere llegar a liderar el partido con esa mochila a sus espaldas: debía pensar que solo falta un mes para liderar el PP, o que ya tendrá tiempo de organizar el partido a su estilo. Claro que Madrid no es Galicia y el poder tiene demasiados novios, que no amigos. En política está demostrado que los amigos están directamente relacionados con los cargos y prebendas que obtengan. La demostración la tenemos con lo sucedido con Pablo Casado.
Como suele pasar, en la reunión había quien en directo o vía teléfono pasaba información a algunos medios de comunicación que transmitían en vivo lo que estaba sucediendo en la sala. Algunos de esos medios hablan de lo mal que los asistentes estaban tratando a su presidente - que era una actitud indigna- y de la jugada que tenía prevista: salir con la dimisión de Casado esa noche. Alguien avisó y en ese instante cundió el pánico: receso de 40 minutos para averiguar la fuente de las filtraciones. El líder gallego, que algo de miedo tiene, y cuida mucho la imagen que proyecta, decidió dos cosas: los móviles encima de la mesa - los podrían haber requisado, con el consiguiente morbo por conocer las interioridades de la memoria de los mismos- y dar un giro a la situación aceptando los estatutos. Es decir, no llevar a cabo un golpe de estado. Hay que dar ejemplo de cumplimiento: estatutos del partido, voz a los militantes y desembocar en un congreso extraordinario,
Feijóo, dadas las circunstancias, que tonto no es, y después de lo sucedido por la mañana en el Congreso, donde la oposición fue extremadamente correcta, incluso amable y no hizo sangre con Casado, dio un giro a la situación y manifestó que el presidente debía decir adiós en el congreso - siempre ha sido así- y que se merecía una salida digna. Nadie le llevó la contraria y así quedó mientras todos miraban al nuevo líder para saber si subía o bajaba las escaleras.
Mientras, Ayuso asistía al campo del Atlético de Madrid para no perder cota informativa. Daba la imagen de estar feliz, con una sonrisa en los labios que se le puede helar en los próximos meses. “Quien a hierro mata, a hierro muere” dice un refrán popular. El tiempo dirá.
En paralelo, su ideólogo y ejecutor mayor, Miguel Angel Rodriguez, ya está buscando los sustitutos de los tres consejeros a los que considera traidores. No les importa el trabajo realizado, sino la lealtad a la jefa. Craso error que se suele pagar caro. Entre esos tres consejos a liquidar se encuentra el magistrado Enrique López, que le ha servido, asesorado y dirigido con inteligencia y saber hacer. Cosas que no son suficientes.
La crisis del PP no ha terminado, solo está en pausa, y las cosas no son como empiezan, sino como acaban, y la imagen que se ha dado deja mucho que desear. Y colorín colorado, este cuento no se ha terminado.
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