Cinco años de la locura de una parte del Parlament de Catalunya

El tiempo pasa más rápidamente de lo que pensamos. A algunos les gustaría que se detuviera, otros en cambio, desean que no se detenga, Como en la viña del Señor, hay opiniones para todos los gustos, como debe ser.

Han pasado cinco años desde que en los días 6 y 7 de septiembre, en unas sesiones convulsas en el Parlament de Catalunya, que dividió a los partidos políticos en dos bandos, sin posibilidad de reconciliación. Porque el rodillo de los partidos independentistas representados por sus “señorías” aprobaron las leyes de desconexión: transitoriedad jurídica y la del referéndum. Se aprobaron sin tener en cuenta las advertencias reiteradas de inconstitucionalidad de los servicios jurídicos de la institución y del gobierno de Mariano Rajoy, presidente del gobierno de España  en aquellas fechas.

El enfrentamiento dialéctico entre diputados era evidente, lo mismo que la tensión que se produjo por la “aprobación” y por algunas actitudes de políticos que rozaron la mala educación y el mal comportamiento ético de sus cargos. Son días en los que la imagen de la política catalana, especialmente de los partidos que gobernaban, dejaba mucho que desear. Era como una especie de locura colectiva en las que unos cuantos se creían estar por encima de las leyes, la responsabilidad y el respeto que conllevan sus cargos, creyéndose que ya habían llegado al cielo. Sin querer ver lo que estaba sucediendo en la sociedad catalana, o quizás sí lo sabían algunos - los instigadores- y querían que sucediera eso.

Las consecuencias de las acciones las sufrieron algunos de sus “líderes”, no todos, y no hace falta contar, lo conocen, todo lo que vino después. Han pasado cinco años y el panorama no es el que era: se ha bajado el suflé, se ha dividido el independentismo y se ha generado desconfianza entre ellos por intereses diferentes. La ANC que nació con vocación de ser el “brazo armado” de la causa - y Ómnium- ha trabajado hasta el punto que se habían creído imprescindibles e incluso la brújula que debía marcar la ruta a seguir por el gobierno e incluso la CUP.  Situación que ha llenado el vaso de las formaciones. Algunos políticos, en privado, manifestaban que a la ANC y a Ómnium no los han elegido los votantes, cosa que es cierta.  A eso hay que añadirle unas nuevas elecciones en España y Catalunya, cambio en Madrid y cambio en la presidencia de la Generalitat: Pedro Sánchez en la capital y Pere Aragonés en Catalunya, lo que ha facilitado el diálogo entre los dos gobiernos. No es fácil, pero la actitud de ERC, sin renunciar a sus pretensiones, es de seguir hablando. Mientras sus socios de gobierno, Junts, no están mucho por la labor gracias a sus máximos dirigentes; Laura Borrás- por los motivos ya conocidos- y Jordi Turull. Eso sí, hay una parte de los posconvergentes que no están de acuerdo con sus decisiones. En octubre quieren hacer una encuesta a sus afiliados para consultarles si quieren que sigan en el gobierno…. Igual se llevan una sorpresa.

Amén de las disputas políticas, estos cinco años han traído un poco más de tranquilidad en una sociedad dividida, una economía con tiritas, una sanidad en “urgencias” y una Diada que entra en una nueva fase. ¿La próxima volverá a sus orígenes de fiesta familiar, social, política y lúdica? Eso desea buena parte de la ciudadanía que dejaron de asistir por el cariz que había cogido. 

Cinco años, baja de suflé, vuelve la ilusión de conseguir más - ¿autogobierno?-,  el deseo de la gente de la calle de volver a la tranquilidad en todos los campos y recobrar del todo el sentido común que se había ido a las nubes.

Ya lo decía Antoine de Saint-Exupéry: “Duele, duele un montón. Pero va a pasar, y cuando sane, más fuerte vas a brillar, más alto vas a volar, más libre vas a soñar. Y vas a entender, que algunas historias terminan, para que otras mejores puedan empezar”. Pués eso, que cinco años hayan servido de algo.