La celebración del Campeonato Mundial de Fútbol, con sede en Qatar, que está a punto de terminar en pocos días, no ha dejado de ser noticia en todo el campeonato, antes también. Buena parte de la sociedad no ha llegado a entender la elección de la sede. Siempre se ha sospechado de las injerencias, intervenciones e intereses económicos que estaban detrás de la decisión. Se intuía, pero faltaban pruebas. El tiempo suele poner las cosas en su lugar- las que dejan que sea así- y Qatar está siendo noticia también estos días no por la parte deportiva, sino porque la vicepresidenta del Parlamento Europeo, Eva Kaili - expresentadora de la televisión griega- ha pasado de ser la estrella de la institución europea a la protagonista de un escándalo de corrupción que ha dejado a más de uno sorprendido. Las autoridades belgas le imputan cargos de corrupción y blanqueo de capitales en una trama pagada por los petrodólares de Qatar.
Aunque son seis las personas detenidas, y su señoría no ha facilitado los datos de esas personas, parece ser que entre ellos se encuentra la pareja de Kali, el ex eurodiputado italiano Pier-Antonio Panzeri; el presidente de la Confederación Internacional de Sindicatos, Luva Visentini y un lobista, cuyos datos no han trascendido. Un escándalo que salpica de lleno al Parlamento Europeo que inmediatamente ha destituido a su vicepresidenta.
Los eurodiputados de todos los grupos deberían indignarse y, ¿lo harán? No, porque hay demasiados intereses. Pero se debería “aprovechar” esta situación para poner en valor real el tema de la transparencia de las instituciones de la UE: los grupos de presión de terceros países también deben incluirse en el registro de transparencia, cosa que no ocurre, y Bruselas es el paraíso de los grupos de presión. Posiblemente una reforma de este tipo no habría evitado un caso de soborno como el que aparentemente se ha descubierto ahora, y la maltrecha reputación del Parlamento tampoco mejorará tan fácilmente.
A muchas personas no se nos han olvidado las imágenes vistas por televisión en las que un presentador deportivo de la televisión “libre” de Qatar y varios comentaristas de ese programa aprovecharon que la selección alemana había sido eliminada del campeonato para decirle adiós de una forma muy desafortunada: tapándose la boca con una mano y realizando el gesto de despedida con la otra en una alusión directa al equipo entrenado por Hansi Flick.
Creo sinceramente que los “colegas” periodistas cataríes con su gesto han demostrado que el taparse la boca - por cierto se tapaban también la nariz- es algo habitual en su país. No tienen libertad para informar, se tapan la nariz para no oler todo lo mal que huele su país en derechos humanos- la muerte de 6.500 trabajadores extranjero-, la discriminación fragante de derechos de las mujeres y del colectivo LGTB, que se ha visto en este campeonato; las restricciones que han sufrido los asistentes a los partidos; las limitaciones en su trabajo de los periodistas; la muerte por infarto de un periodista norteamericano y para redondearlo más, el caso de posible corrupción de la vicepresidenta del Parlamento Europeo. Así que, los periodistas de Qatar no es que hayan hecho un gesto gracioso durante unos minutos un día concreto, sino que ese gesto, es algo habitual en su trabajo diario. Mucho petróleo y gas, mucho lujo, muchas campañas de lavado de imagen, pero la realidad es la que se ha visto - hay más que no se conocen- en todos estos días del Mundial, por mucho que las autoridades deportivas mundiales, llámase Infantino y su corte celestial venda un país de película.
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