Vuelven las elecciones en Galicia y Euskadi, no así en Catalunya, donde el fervor patriótico de Quim Torra se ha frenado en seco a la vista del panorama político que atenaza a los suyos en pleno coronavirus. No interesa ir a votar en estos momentos, porque Esquerra puede hacerle a los seguidores de Puigdemont y Torra un traje que les desplace de la gobernabilidad por bastante tiempo, y eso es malo para las alianzas, presentes y futuras, y sobre todo para el mejor desarrollo del procés, que requiere de nuevas negociaciones y valerosas estrategias. Esquerra espera comerse la mayor parte del pastel independentista y sus dirigentes animan a que se cocine la “tarta electoral” cuanto antes, pero el cocinero de la Plaça de Sant Jaume no está por la labor y huye de fechas y conversaciones inmediatas.
En cambio, en Galicia y Euskadi, dos dirigentes moderados de dos fuerzas políticas antagónicas, han decidido volver a pactar para fijar la fecha del 12 de julio próximo como la idónea para que galegos y vascos acudan a las urnas para reelegirles como presidentes de dos de las tres naciones sin estado que tenemos en España reeditando el aroma que en 1923 propició la histórica Galeusca en la que también cabía Catalunya. Hay cosas que nunca mueren y ésta es una de ellas.
Lo cierto es que tanto Feijóo como Ukullu no lo van a tener fácil para renovar sus respectivos mandatos. Especialmente el dirigente orensano quien, a poco que le fallen los cálculos, un diputado solamente, se puede quedar sin su mayoría absoluta que, como es sabido por todos, le es indispensable para gobernar. Nada nuevo bajo el sol, ya que también a Manuel Fraga los hijos de Breogán le impusieron esa barrera electoral para tomar el poder en 1993, hazaña que perpetuó hasta el día de su muerte. Feijóo le imitó en el 2009 y ahí continua durante ya once largos años que pretende reeditar por cuarta vez con un más difícil todavía en los últimos meses donde las encuestas le eran muy desfavorables. Ahora su rol electoral ha cambiado, y como Urkullu se ha subido al caballo de la moderación para apostar por si mismo y dejar a PSOE y Nacionalistas con la miel de la victoria en los labios. Hay que reconocer, que su partido el PP, que camina desbocado hacia la confrontación social, se lo ha puesto a huevo al dejarle expedito su papel de hombre de Estado, un gran protagonismo que en campaña electoral votan de muy buen grado los votantes españoles, y de forma muy especial los gallegos. No obstante, como se dice en los ambientes de Champions. Hay partido. ¿Quién se lo iba a decir hace solo un mes al hijo predilecto de Os Peares, un nudo geográfico donde el mítico río Sil entrega todo su caudal al padre Miño? ¿Se volverán a juntar en Galicia los votos del centro nacionalista, la derecha más española, socialdemócratas desengañados como Paco Vázquez para ungir de nuevo a Alberto Núñez Feijóo? Un dilema verdaderamente apasionante.
Sobre Euskadi, poco se me ocurre especular. Es posible que Urkullu, con lo de la gestión del Coronavirus, pierda algún diputado, pero mucho me temo para desgracia de sus rivales que su pacto de gobierno con los socialistas le garantiza de nuevo la Lehendakaritza sin mayores agobios. Si no es así, la sorpresa sería mayúscula.
Volvemos a respirar los aires que tanto gustaban a mi admirado Castelao, aunque no sean los mismos, Galeusca sigue todavía viva, aunque los catalanes de ahora se hayan vuelto a descolgar de la idea y le hayan hecho un feo histórico a sus muy ilustres antepasados firmantes del pacto de 1923.
Escribe tu comentario