Venezuela entra, a partir de hoy, en un sombrío túnel de descrédito internacional de la mano de un gorila político del que no se vislumbra la luz de salida. En este punto, pido perdón a los gorilas por robarles la buena imagen que nos proyectó a través de la televisión y el cine la inolvidable zoóloga californiana Dian Fosey. Un simio gigantesco que ha metido a su país en una sangrienta travesía hacia la dictadura que, a los que tenemos amigos o familiares malviviendo allí, nos tiene angustiados e indignados por no saber cómo ayudarles. No nos olvidemos que la patria de Simón Bolívar fue tierra de acogida y de trabajo para muchos exiliados y emigrantes españoles en épocas muy duras y difíciles de nuestra historia.
Ayer contemplaba una foto de familia de la cúpula militar venezolana que ha dejado indefensa a su propio pueblo y en ella, solo veía a individuos sobrepasados de peso y cargados de medallas que me devolvían a la memoria las imágenes de los Batista, a Los Somoza, al mismísimo Pinochet, a Leónidas Trujillo, al argentino Videla o al también venezolano General Juan Vicente Gómez quien gobernó toda su triste vida el país desde 1908 hasta 1935 en el que murió sin que nadie consiguiera apartarle del poder, después de cerrar la Universidad central de Venezuela tras haber provocado una terrorífica matanza de estudiantes allá por el ya muy lejano 1928.
Ahora llega el conductor de autobuses Nicolás Maduro y con él, el modelo cubano que promete dejar empequeñecidos a los hermanos Castro, sus admirados amigos. Y aunque Fidel Castro y su felpudo bolivariano Hugo Chávez ya no existan, quedan sus imágenes en yeso o en bronce que éste primate colorao saca en procesión cada vez que sus compatriotas le piden urnas y democracia.
Supongo, que a la vista de lo que pasa los profesores Monedero, Iglesias y Errejón deben haberse encerrado en algún lugar secreto de su Universidad Complutense para diseñar una nueva estrategia que les evite avergonzarse en público de ser mentores y sobre todo, amigos, de semejante truño internacional. Los próximos meses nos dirán si en este país, todavía llamado España, la gente les retira el crédito por su disimulo vergonzante de lo que pasa en Venezuela y les obliga a cambiar el discurso podemita sobre esta salvajada que ya no tiene por donde cogerse.
A mí, personalmente, me da igual lo que piensen. Solo quiero que los venezolanos acaben con esta pesadilla y que una guerra civil no se sume además a la represión que ya padecen. Si Vds. se sienten demócratas, sean de la ideología que sean y voten a quienes voten, no tengan ninguna duda: Ahora mismo, Venezuela somos todos y su democracia es también la nuestra. Defendámosla.
Artículo publicado originalmente en Catalunyapress.
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