Durante una semana se ha celebrado el Congreso del Partido Comunista Chino, donde su actual presidente, Xi Jinping, ha salido reelegido en un tercer mandato de cinco años. Esto ha sido posible porque el propio Xi abolió en 2018 el límite de dos mandatos en la presidencia, señalando así el camino hacia la presidencia “infinita”. Un plan que visto lo ocurrido tenía planeado hace ya unos cuantos años. El líder quiere pasar a la historia como un segundo Mao Tse-tung.
Sin lugar a dudas la imagen del congreso de los comunista chinos que ha quedado para la historia es la que nos ofrecieron las distintas televisiones: en una primera fila donde se encontraban los altos dirigentes, el propio Xi y el expresidente Hu Jintao - que ocupó la presidencia entre el 2003 y 2013 - sentado al lado de su predecesor, este fue levantado de su asiento contra su voluntad y sacado de la sala, sin ninguna contemplación. Antes de abandonarla se dirigió a Xi, para decirle - suponemos- que si él había ordenado sacarlo de su asiento, y el mandatario afirmó con la cabeza. Un gesto que ha significado un mensaje para sus adversarios, demostrando que no le tiembla la mano a la hora de castigar a los que considera “desleales”. Actualmente tiene todo el poder en sus manos: secretario general del partido Comunista, presidente del país y jefe de las fuerzas armadas, casi nada, por eso se conoce también como Líder Supremo.
Las relaciones entre el expresidente Hu y Xi no han sido muy buenas. El ex representa a una China muy distinta a la de Xi. Su liderazgo ha sido más colectivo. Tuvo que equilibrar distintas fracciones representadas en el Comité Permanente del Buró Político. Los años del liderazgo de Hu se podrían calificar como de apertura al mundo exterior, con un incremento de la tolerancia hacia las nuevas ideas. Todo lo contrario de Xi, que ha depurado a todos los que estaban en desacuerdo con sus decisiones. Se ha demostrado en los nuevos nombramientos, en los que no ha quedado ni un solo nombre de los que se llamaban liberales económicos, vinculados a las ideas de la administración anterior. Xi es el líder de un régimen autoritario y expansionista, un dictador sin escrúpulos que juega a ser “un emperador” rojo. Hay que recordar que, en su discurso en el congreso, Xi celebró haber aplastado el movimiento democrático de Hong Kong como una transición del caos a la gobernación. También volvió hablar del derecho de China a emplear la fuerza para controlar la isla autónoma de Taiwán.
Pero volviendo al congreso, el papel de la mujer ha vuelto a quedar en la cola del demócrata Xi. Entre los 24 miembros del buró político, desde donde se perfila el comité permanente, no hay ni una sola mujer. En el núcleo duro, que lo conforman siete personas, ni una sola mujer. En los cargos políticos menos de un 8% son ocupados por ellas. Y para ver claramente la exclusión de las mujeres, en el Comité Central que lo componen 203 miembros, solo 4 son mujeres. Toda una demostración de la gran consideración que Xi tiene sobre el papel de la mujer dentro del partido y del gobierno.
Lo que ha quedado patente en el Congreso del Partido Comunista chino es que Xi Jinping sigue en el cargo, y lo hará todo el tiempo que quiera a no ser que se produzca una “revuelta” futura que lo saque del “trono”. Todos ya sabía que el congreso no iba a traer nada nuevo, de hecho, su nuevo equipo está compuesto por personas leales. No hay ni una sola con la más mínima perspectiva distinta a la de Xi. Lo tiene todo atado y bien atado: eso nos recuerda a alguien que pensaba lo mismo. Ya se sabe, cuando alguien piensa que lo tiene todo controlado, puede pasar lo contrario si sigue apretando cada día más la cuerda. Hay un proverbio chino que dice: “El tiempo es como el agua de un río: nada permanece, siempre es diferente”.
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