Algunas personas creen haberlo visto todo hasta que llega alguna situación, decisión o noticia que produce la tan conocida frase: ”!No me lo puedo creer!”. Pues, siempre puede suceder algo peor. Es lo que ha ocurrido en la mañana de este jueves cuando la clase política y la propia interesada, Laura Borràs, expresidenta del Parlament, esperaba la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC). La sorpresa ha sido mayúscula cuando el texto de la misma decía que el TSJC condenaba a Laura Borràs a 4 años y medio de prisión y a 13 de inhabilitación a cargos públicos y pagar una multa de 36.000 euros por prevaricación y falsedad documental.
Hasta aquí todo “normal”. La sorpresa viene cuando, en un “gesto” excepcional, sus señorías del tribunal proponen al nada menos que el Gobierno de España que la indulte y le rebaje la condena a 2 años. De esta manera no pisará la prisión, pese a todo lo que se ha demostrado. Mucho no se entiende lo que ha sucedido con esta sentencia, que además la condenada ha aprovechado para hacer su mitin particular en la mismísima puerta del Parlament, arropada por unas cuantas personas. Su comparecencia ha servido para decir que su juicio no ha sido justo y por supuesto, la sentencia según ella tampoco. Hay que decir que la sentencia, como todo, puede ser recurrida.
A Laura Borras se la ha juzgado no por sus ideas políticas, como siempre han vendido ella y sus compañeros de partidos, sino por su gestión, que como se ha visto es de prevaricación. Ahora resulta que la condenada tiene una serie de privilegios de los que no gozan la mayoría de los que están en su misma situación, porque no se llaman Borrás, ni han sido presidenta del Parlament y por lo tanto su presencia mediática es nula. Se queda primero en las paredes de la sala de juicios y después, en las cuatro paredes de una celda. Esa es la justicia que se les aplica. No sé quien dijo que también en las sentencias hay clases: los pobres, desgraciados y sin padrinos han de cumplir sus sentencias, sin excepciones del presidente del TSJC. Otros gozan de privilegios incomprensibles: quien prevarica está claro lo que es, se llame como se llame, tenga el cargo que tenga, los amigos con los que cuente y las influencias que pueda ejercer. Con esta sentencia lo que ha conseguido la justicia - impartida por jueces que son personas con puntos flojos como cualquier hijo de vecino - es que la mayoría de la ciudadanía haya visto con estupor y mayor desconfianza cómo la justicia no siempre es justa.
La esperanza que queda, en esa petición del presidente del TSJC en la que pide al Gobierno que indulte a Borrás, es que su abogado tendrá que pedirla, cosa que con la soberbia que tiene la condenada, puede que no lo llegue a presentar. Ella está por encima de todos, no por su estatura física, sino por su prepotencia y soberbia.
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