Los jubilados de hoy, la gran mayoría de ellos, fueron los luchadores de hace unos años. No se rindieron ante las dificultades, privaciones de todo tipo que llegaron a sufrir a lo largo de años muy duros. Pero esa fortaleza, pese al paso de los años, las piedras en el camino que han tenido que sortear, no se ha retirado, solo ha estado aletargada.
Esa generación que llevan en su haber más de cuarenta años de trabajo a sus espaldas están siendo la gran protagonistas de la crisis económica que sigue viviendo España. Sus pensiones muy injustas en muchos casos, casi miserables,están sirviendo a sus hijos para sustentar a sus familias, donde el paro ha entrado como una plaga, sin tener el insecticida que acabe con ella. ¿Cuantos hijos han podido subsistir- aun esta situación sigue en muchos hogares- gracias a la pensión de los abuelos?. ¿Cuantos números han tenido que hacer los "jubilados" para estirar, como un chicle, su paga?. Habría que hacerles a todos ellos un monumento gigante. Sin su esfuerzo y sacrificio, la situación habría sido más trágica aún si cabe.
Los jubilados que siguen “trabajando” , sin cobrar; cuidando de sus nietos para que sus padres puedan ir a trabajar, lo han hecho, hasta ahora, de manera silenciosa, con cariño y dedicación, sin importarles su estado de salud, no siempre bueno
Todos estos años de silencio, marginación e incomprensión han sido la mecha que ha encendido el fuego de la indignación. Ha hecho rememorar, sus años de lucha. Por ello han decidido salir a la calle para denunciar que su poder adquisitivo ha ido disminuyendo año tras año, como su talla física. Lo han hecho para decir basta ya. No están dispuestos a quedarse en casa, lamentarse de su desgracia y seguir tragando. Eso se ha terminado, dicen. Las calles y plazas de toda España, se han llenado, lo seguirán haciendo, de gente curtida, no para pasear, sino para decir que están ahí, que no han tirado la toalla, que sigue reivindicando una vejez digna, que se la han ganado a pulso, con el sudor de sus frentes, en esas largas jornadas de trabajo, algunas de más de 12 horas. Era el precio que había que pagar para sacar adelante a sus familias.
Los jubilados, a los que algunos han catalogado como el pasado de este país, resultan ser el presente y la punta de lanza para despertar a esa otra parte de la sociedad que están dormitando, en el limbo de la pasividad.
Las calles, no sirven solo para transitar, una marea de personas con callos en las manos, la cara llena de señales del tiempo, recuerdan que no hay edad para sentirse joven en sus reivindicaciones y defensa de sus derechos. No tirarán la toalla hasta que consigan unos cuantos euros que ayuden a no pasar tantas necesidades. La sociedad no debe permitir que las personas mayores no tengan cubiertas unas mínimas necesidades; comida, luz, agua, no pasar frio y que ni siquiera puedan comprarse la medicación que le han prescrito. Esto se tiene que terminar, ellos están dispuestos a no rendirse, pero los jóvenes de hoy, que serán los jubilados de mañana, no pueden darles su apoyo desde el sofá de sus casas mientras miran las imágenes que les ofrece la televisión.
“El viejo no puede hacer lo que hace un joven; pero lo que hace es mejor”, decía Cicerón
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