Dentro de unos días, en diciembre, se cumplirá un siglo del fallecimiento de George Simmel, uno de los forjadores de la Sociología. Cabe destacar que fundó con Max Weber la Asociación Alemana de Sociología, pero curiosamente no logró ser profesor titular de universidad hasta los 56 años de edad, cuatro antes de morir; lo logró en la de Estrasburgo. Ortega y Gasset fue alumno suyo, lo valoraba y lo calificó como "una especie de ardilla filosófica". Acaba de publicarse La cantidad estética (Gedisa), unos ensayos suyos de filosofía del arte que hasta hoy permanecían inéditos en español. Yo quiero destacar el afán del profesor berlinés por hacer de la vida una obra de arte; para él, la vida consiste precisamente en ser más que vida.
Se hacía eco de un pensamiento del poeta y dramaturgo Friedrich Schiller: "el hombre sólo es plenamente hombre cuando juega", es decir, cuando nuestro hacer sólo da vueltas en sí mismo. Así iba en busca de las leyes internas del arte, persiguiendo la verdad y el efecto de la realidad que produce.
Se fijaba en que el retrato aspira a ofrecer la cohesión de los rasgos de un rostro. Y que la fotografía también va más allá de sí misma, "la obra de arte tiene lugar solo en el ámbito de su respectiva aparición óptica, acústica, dramática".
A propósito de 'La última cena', de Leonardo da Vinci, destaca que la acción acontece en instantes distintos del tiempo real. La frase "uno de vosotros me traicionará" recae sobre cada uno de los doce discípulos sentados a la mesa, y provoca la manifestación de su singularidad individual. Y todo sucede al margen del orden que el tiempo real impone. Él reunió en esta obra de madurez lo más significativo que se produjo en aquel grupo, así obtuvo "plena libertad interna de las personalidades" y el Renacimiento superó la cohibición del hombre medieval.
Simmel consideraba que la verdad de la obra de arte no es sino la veracidad del artista, quien configura hacia fuera su visión interna de la verdad.
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