Hace ya unos pocos años que el tradicional festival de Eurovisión ha ido despertando la curiosidad de los espectadores más jóvenes. Nuevas generaciones que han recobrado el interés por el único gran concurso de la canción que aun resiste los envites de las nuevas tecnologías.
Eurovisión, nuevas fórmulas, que no quiere decir más calidad de las canciones. Viejos vicios que no se han conseguido arreglar en todos estos años. La presencia de España en este certamen, que deja tantas dudas, lleva ya demasiados años que sufre boicot. Los resultados nunca han sido buenos, menos en contadísimas ocasiones. En esta edición, tampoco, aunque Miki no lo ha hecho mal. No es un problema del cantante, ni de la canción, son otros los obstáculos que subyacen en un festival demasiado politizado y controlado por determinados grupos con intereses muy concretos.
La situación que ha vivido la representación -hay alguna excepción- española a lo largo de años se hace ya insostenible y como dice el estribillo de la canción "La venda ya cayó…'. Sería bueno que, visto lo visto, una edición más, se contemplara la posibilidad de abandonar el festival, es decir, no volver más y destinar ese dinero, que son unos 500.000 euros, a otros menesteres a los que se le pueda sacar más rentabilidad económica y social.
"Donde no me quieren, no voy a estar", dice este sabio consejo que habría que tener en cuenta para futuras ediciones de un festival cuyos hilos mueven unos pocos.
Son curiosos los resultados de las votaciones del jurado profesional, donde Miki solo consiguió siete votos que vinieron de Rusia y Bielorrusia. En esta ocasión, ni Portugal, país vecino, que siempre, aunque sean pocos votos, había votado a España.
Menos mal que las votaciones del público consiguieron sacar del último puesto a la canción española, situándola en el puesto número 22. Por debajo han quedado países como Alemania, Inglaterra, Israel y Bielorrusia.
La decepción en la delegación española era más que evidente, después de que las casas de apuestas le situaran en el número 12.
La politización de Eurovisión se ha visualizado en un grupo de público de Islandia que estaba presente mostrando bufandas palestinas, acción cuya duración televisiva duró apenas un segundo. También dos bailarines que acompañaban a Madonna portaban en sus espaldas sendas banderas de Palestina e Israel, gesto que no ha agradado lo más mínimo a las autoridades israelitas. Pero ya se sabe que Madonna es Madonna...
Otra de las anécdotas de la noche fue la protagonizada por el representante de San Marino, que en bastantes ocasiones desafinó como una almeja.
Pues como decía, España debe marcharse ya del festival de Eurovisión si no le quitan la cruz que tiene puesta hace ya demasiados años.
Eurovisión ha servido para olvidarse durante unas horas de la campaña electoral que terminará este domingo cuando se haya votado.
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