Ya han terminado las elecciones, pero si creen que esto ha terminado, se equivocan. Después de una primera parte, viene la segunda, que no es otra que los posibles pactos entre las formaciones que no han conseguido alcanzar la mayoría necesaria para gobernar.
En algunas poblaciones parece casi imposible, pero en política ya se sabe que por la mañana se dice una cosa y por la noche la contraria. Esto sucede con la mayor naturalidad del mundo, cosas de la democracia.
En Barcelona, ERC ha conseguido ser la primera fuerza en votos seguida de los comunes de Colau. El PSC, en tercer lugar, lo que muestra el inicio de la remontada. La hasta ahora alcaldesa, pese al resultado, sigue bajando en votos. ¿Qué está sucediendo con Colau? Pues varias razones, pero principalmente se trata del abandono de la ciudad, la inseguridad de la misma, que ha dejado tocada la imagen de Barcelona. A eso hay que sumarle su coqueteo con el independentismo, que le ha pasado factura.
En política, la coherencia y mantener la palabra debería formar parte del ideario de todos los partidos, pero, claro, en campaña se prometen cosas que después no se cumplen. Colau dijo en más de un acto de campaña que no pactaría con ERC, es más, en un debate radiofónico con Maragall se tiraron los trastos a la cabeza. Pues bien, la memoria de la alcaldesa en funciones le debe fallar porque no dejó pasar ni 24 horas que ya ofrecía un pacto a los republicanos. El nuevo alcalde no se ha manifestado aun. Tendrá que analizar con tranquilidad las posibles alianzas que garantice su gobierno ¿tripartito? Quien sabe, aún es pronto, Maragall se tomará unos días antes de decidir los posibles socios.
Esta mañana de lunes, con la Generalitat en manos de los independentistas, lo mismo que puede ocurrir en el ayuntamiento, Torra ha vuelto a las andadas y ha mandado colocar otra vez la famosa pancarta con lazo amarillo de apoyo a los políticos presos. Hay que marcar territorio. La emblemática plaza de todos los barceloneses se ha convertido en el bastión del independentismo con el que van a dar la tabarra estos cuatro años de mandato.
El presidente de la Generalitat por delegación decide que la bandera tiene que estar ahí, sin consultar a la ciudadanía si está de acuerdo o no. Decía Aristóteles que "la turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos".
Más de una persona, ante este panorama de desgaste emocional, está pensando en tomarse unas largas vacaciones, si se lo puede permitir, para volver a cargar las pilas y soportar estoicamente lo que se les viene encima. ¿Habrá la posibilidad de encontrar algún antídoto que mitigue el dolor del mantra crónico? Alguien debería trabajar a marchas forzadas para aliviar a los millones de afectados. Sería deseable.
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