Si los acontecimientos se desarrollan como nos han anunciado quienes políticamente han buscando con ansia y temeridad el choque de trenes entre la Catalunya independentista y la España constitucionalista, nos espera una semana muy inquietante. Será el epílogo a un verano negro, en el que además el yihadismo ha aparecido por estos pagos catalanes para sumarse a un estado de desasosiego muy generalizado, al que solo le faltaba esta desgracia para ensombrecer un horizonte ya de por sí bastante oscuro.
Los catalanes estamos en el punto cero de nuestras discrepancias, ese lugar en el que nos hemos de mirar de frente y preguntarnos por qué hemos llegado a esta situación y, sobre todo, quiénes son los que nos han traído a este callejón sin aparente salida. Solo nosotros podemos dejar con la retaguardia al aire a los muñidores de esta desgracia que nos tocará afrontar en los próximos días.
Pase lo que pase, no deberíamos dudar de nuestra catalanidad, pensemos lo que pensemos, estemos en el bando que estemos. Todos queremos lo mejor para Catalunya, así sin más. Otra cosa es lo que busquen quienes defienden su pequeño huerto político o económico. A esos, ni agua, ni tregua porque son los verdaderos culpables de nuestros males.
El día después del anunciado enganche entre el gobierno del Estado y el Govern de la Generalitat, me gustará saber que la mayoría hemos hecho lo posible para que la convivencia no despareciera de nuestras vidas y que muy por encima de la Constitución o de la Independencia están las personas individuales y familiarmente, que son las que seguirán siendo el ejemplo a seguir por las generaciones futuras a las que tenemos la obligación de dejar una sociedad cohesionada y próspera.
No rompamos la baraja y dejemos de amenazarnos estúpidamente porque si no levantamos el pie del acelerador de este coche que ya va sin frenos, lo más probables es que nos estrellemos o caigamos por un precipicio. Todavía estamos a tiempo de evitar este sinsentido.
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