Debe ser cierto que los cambios de aire, la comida y la cerveza pueden desatar desequilibrios “emocionales” en más de un político, como es el caso de Carles Puigdemont: dice una cosa, y al cabo de pocos días afirma la contraria. Eso provoca una desestabilización política de narices.
Cuando, finalmente, parecía que podía haber candidato/candidata a la presidencia de la Generalitat, Puigdemont convoca a sus diputados en Berlín, este fin de semana, y les comunica que él vuelve a ser el candidato: donde dijo digo, ahora dice Diego. Toma la decisión de forma unilateral. Eso lo hace después de que Artadi rechace ser una marioneta suya y tras la reunión mantenida con la nueva presidenta de la ANC que ha dotado a la entidad de un radicalismo más propio de la CUP que de la institución que preside Elisenda Paluzie, con el fin de recuperar protagonismo.
La reunión del Grupo de JxCat, pese a la imagen de cordialidad que se ha querido dar ante la opinión pública, no ha sido tan apacible como se cuenta. Algunos diputados se han mostrado contrarios a las pretensiones de Puigdemont de ser investido. Quieren que se forme gobierno ya, con una persona que no tenga cargas judiciales y que se deje de marear la perdiz. Puigdemont se siente abandonado y no lo asume. Sus pretensiones son que se aplique ya la ley de la Presidencia aprobada que “permite” su elección telemática. Ley que está recurrida por considerarse ilegal. Hasta los propios letrados del Parlament desaconsejaron su aprobación.
¿Qué hace mientras tanto la dirección del Pe de Cat? Tragarse las decisiones de Puigdemont al no tener ascendencia alguna sobre él. La dirección de los antiguos convergentes es muy débil, sin carisma ni cohesión. No hay criterio político ni ideológico, lo que desespera no solo a sus militantes, sino a miembros muy destacados de CDC. Comentan algunos que Puigdemont amenaza con tirar de la manta ¿qué ases tiene guardados el huido para seguir controlando los destinos de sus partidos y para que le tengan tanto miedo? Dicen que de un animal herido se puede esperar cualquier cosa. Y Puigdemont está herido. Es consciente de que dentro de pocas fechas lo pueden inhabilitar políticamente. Y quiere salvarse a toda costa, aunque ello suponga cargarse a la antigua Convergencia, al Govern y a todo lo que se le ponga por delante.
Mientras, la sumisa ERC está tragándose “con patatas fritas” todas las decisiones que impone desde Berlín el presidente telemático. En privado, los republicanos se quejan amargamente, en público, la verdad, están haciendo un triste papelón de comparsa, algo insólito en un partido histórico como éste.
Con la marcha de Rovira y con Junqueras en prisión, nadie, hasta hoy, está realmente liderando la postura de ERC. No hay un líder carismático que deje un mensaje claro de cuál es su posición en toda esta comedia cuyo final será ¿saltarse de nuevo las leyes? Los republicanos deben definirse y cambiar de socios. Puigdemont solo los va a llevar a Soto del Real y quiere aplicar aquella máxima que dice: “yo caeré, pero me llevo a unos cuantos por delante”, así de claro.
Hoy las cosas son así, dentro de unas horas, puede suceder cualquier cosa.
“Las cosas no cambian; cambiamos nosotros”, decía Henry David Thoureau
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