Jordi Cañas es un político que no deja indiferente a nadie. No se le reconoce en público su papel decisivo en el ascenso de Ciutadans. Pero hubo quienes quisieron desactivarlo y movieron los hilos contra él por un lejano fraude fiscal que se ha demostrado falso. A pesar de que la fiscalía siempre rechazó su procesamiento, la abogacía del Estado (¿o del Gobierno PP?) se empecinó en imputarlo. No teniendo por qué hacerlo (no se planteaba una corrupción política), Jordi Cañas decidió por su cuenta y riesgo dimitir como portavoz de Cs y luego como diputado. Un gesto inusual y ejemplar que tiene gran valor objetivo, no importa que se le niegue; la mezquindad abunda. Aprovechando aquella precariedad, que duró cuatro años, podemitas y separatistas cargaron en jauría humana contra él. Enemigos de la verdad y la coherencia echaron baba y lo maltrataron a conciencia, con injurias y escarnio. Cual Ave Fénix, Cañas ha vuelto, como prometió, al compás de la célebre frase del general MacArthur en Australia.
A la luz pública, hoy destaca su seguidísimo twitter pero más aún sus intervenciones en debates televisivos. Parece vetado en TVE, pero sale cada semana en 8TV, Intereconomía o TV3 (también en la tertulia radiofónica de Terribas; pierden a su público más exaltado pero ganan al radicalmente alejado). Es un auténtico fenómeno, su lema es "aunque todos lo consientan, yo no". Los ultras más 'disimulados' le odian por su inusitado desparpajo y su sólida argumentación; vacunado contra el acomplejamiento, cuando le parece oportuno no guarda silencio y no se corta un pelo.
Como detalló Noelle-Neumann (la politóloga que introdujo el concepto de 'la espiral del silencio'), los más dispuestos a proclamar su posición tienen mayor impacto e influyen más. Hace poco replicó adecuadamente a una periodista que insultó a los ciudadanos que fueron a manifestarse a Alsasua; la distorsión de llamar provocadores a quienes se arriesgan a expresar su rotundo rechazo a todo fraude. Otro día denunció calmadamente que le estaban insultando desde el plató; algo habitual y que nadie se había atrevido a decir antes en directo. Diré, por último, que a Jordi le profeso gratitud, respeto y admiración. Me honro con su amistad, a fin de cuentas siempre procuro que los mejores sean mis amigos.
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