Nacido en París en 1859, el filósofo Bergson se nacionalizó francés a los 21 años de edad; era de origen polaco, por parte de padre, y británico, por parte de madre. En 1928 se le otorgó el premio Nobel de Literatura, algo que no le sucedió a Ortega y que bien habría merecido. Hablemos, si os parece y con disposición jovial, de Le rire, el estudio de la risa que Bergson escribió en 1900. Se presenta como un ensayo sobre la significación de lo cómico y sobre su fuerza expansiva.
Cojamos el escorzo particular de la vanidad, un producto natural de la vida social pero que necesita alguna neutralización. Henri Bergson entiende que el defecto risible por antonomasia es la vanidad y que la risa es su remedio específico, como corrección o castigo. Así cree que la verdadera modestia no puede ser más que una meditación sobre la vanidad y que "es difícil ver en qué preciso momento la preocupación por volverse modesto se separa del temor de resultar ridículo", un asunto interesante. Bergson considera que, llegado el caso, podemos reírnos de una persona que nos inspire piedad, o incluso afecto, pero que "entonces, por unos instantes, habrá que olvidar ese afecto o hacer que calle esa piedad". Sería necesaria, pues, una momentánea anestesia del corazón.
La desviación de la vida en dirección a lo mecánico es la verdadera causa de la risa. Y comenzamos a resultar imitables allí donde dejamos de ser nosotros mismos, es decir, en lo rígido, en la distracción, en los automatismos (lo que se opone, respectivamente, a la flexibilidad, a la atención, a la actividad libre). Todo esto lo subraya la risa y lo quisiera rectificar. Pero ésta necesita de un eco, de un grupo; es una especie de gesto social. Puede hablarse también de la función evasiva de la risa, que nos permite descansar de la fatiga de vivir. Señala el filósofo que la exageración resulta cómica cuando es prolongada y sobre todo cuando es sistemática. Asimismo, buscando claves de los detonantes, se pregunta por qué nos reímos cuando un orador estornuda en el momento más patético de su discurso. Bergson opone una lógica de la imaginación a la lógica de la razón, para explicar la observación de Pascal: "Dos rostros semejantes, ninguno de los cuales hace reír en particular, juntos causan risa, por su semejanza". Si todos fuésemos mellizos aquí…
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