Leo con escaso entusiasmo la noticia de que el Presidente del Gobierno del Reino de España ha recomendado a sus Ministras y Ministros que participen en los actos públicos de la Semana Santa.
A la memoria me vienen las imágenes del año pasado de los Ministros del PP cantándole el himno de la Legión al Cristo de la buena muerte, o a un sudoroso Trillo haciendo de costalero, mientras María Dolores de Cospedal, con peineta y mantilla negra, observa desde un balcón de privilegio la procesión toledana.
Y entonces me doy cuenta de que, cuando hay que buscar votos, la ideología se aparca y emerge la fe de los conversos, como si este bendito país despertara por estas fechas de una larguísimo letargo de cruzados e inquisidores, que siempre están al acecho en busca de los pecadores pobres que siguen gritando ‘quiero un trabajo estable’ por las esquinas, o lo que es mejor, tomándose un cubata de ginebra de garrafón en un bar de carretera, de camino al hotel de la playa que les cae más cerca -por supuesto, el más barato-.
Somos un país de procesiones y hermandades respetables, aunque cada año que pasa la fiesta religiosa se transforma más en días de descanso y mar, teniendo como única penitencia las largas colas del atasco mientras la vigilia y el ayuno se ha perdido en el túnel del tiempo, sin que nadie recuerde ni cuándo, ni cómo ha sido.
Como el Papa que tenemos nos dure mucho tiempo la Conferencia Episcopal española tendrá que cambiar la liturgia del Viernes Santo, y así, por ejemplo, la Cofradía de Nuestro Padre Jesús El Rico de Málaga en lugar de indultar con permiso del Consejo de Ministros a un preso, ofrecerá un puesto de trabajo de contrato indefinido a una parada o parado, para que el fervor popular no decaiga y, al mismo tiempo, mejore las estadísticas que los sindicatos manejan con desesperación y cabreo permanente.
Queda mucho camino por recorrer hasta la España aconfesional, que es la que debe la libertad de culto, lejos de la protección del gobierno de turno y la bendición apostólica de unos cardenales y obispos excesivamente complacientes con el poder terrenal, que aunque huela a incienso, nada tiene que ver con el espíritu del carpintero de Nazaret, tan poco parecido a la ostentación y riqueza de nuestra Semana Santa que, por pura e inocente coincidencia en el calendario, este año cae en plena campaña electoral, un afán humano en el que solo las formaciones de derechas tienen el permiso garantizado para poder solicitar el voto; algo que, por lo que parece, el líder socialista desconocía cuando convocó los comicios.
¡Estos rojos son tan irreverentes que llevan el pecado escrito en sus genes y no respetan ni Salzillos, ni Gregorios Fernández, ni ná, de ná! ¡Qué diría si viviera el gran imaginero cordobés Juan de Mesa! Después querrán ganar. ¡Impíos!
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