Ya han pasado siete días desde que se diera a conocer la sentencia de los líderes del procés. Una semana intensa en acontecimientos desagradables que han dado la vuelta a mundo y han puesto a Catalunya como un destino peligroso para aquellos extranjeros que siempre habían venido atraídos por esta tierra, sus gentes, cultura y paisaje, donde se sentía protegidos. Catalunya ha pasado de ser un país acogedor y amable a otro bajo sospecha que despierta recelo y sin garantizar la seguridad, como dicen las embajadas a sus ciudadanos, a los que aconsejan no visitar Catalunya.
Nunca en Catalunya, en plena democracia, se habían vividos actos tan violentos como los sucedidos a lo largo de estos días. Era previsible cuando el presidente de la Generalitat, o mejor dicho, el activista Torra llamaba a la acción en las calles, sin pensar que cuando la ciudadanía ocupa las vías, nadie después puede controlarlas: la calle es de ellos, no de los que no secundan las convocatorias.
Este lunes, el centro y laterales de Barcelona se encuentran sin contenedores donde depositar las basuras ¿qué hacen los vecinos con sus desechos? Sin hablar del coste económico que supone dotar de nuevos contenedores para las arcas municipales que se nutren de los impuestos de todos/as.
Lo que queda claro es que una vez más los derechos de unos quedan pisados por los de otros. Estoy a favor de las huelgas, manifestaciones y reivindicaciones, pero siempre teniendo en cuenta que no se pueden cortar las entradas a las ciudades porque no perjudican a los gobiernos, sino a otros ciudadanos que empiezan a estar hasta el gorro de los sucesos vandálicos de los antisistema y de los que no lo son, aunque se escudan en ellos. La fractura social es cada vez más evidente.
Los periodistas que estos días están informando de los sucesos están siendo objeto de las iras de demasiados energúmenos que piensan en la uniformidad y complacencia de la información. Eso nos suena ya, no es nuevo, al discurso único y "solidario" de los que han inculcado el adoctrinamiento del supremacismo y el odio hacía una España que no conocen, y la señalan como la causante de todos los males.
Las manifestaciones "pacíficas", esas que cortan calles, han hecho imposible que muchas de las personas que están con tratamiento de quimioterapia, radioterapia u otros hayan perdido sus sesiones porque los solidarios y responsables manifestantes no han dejado pasar los vehículos de esas personas. La impotencia y la rabia han sido su antídoto contra la insensatez. Otros pacientes con citas de urgencia se han quedad sin poder ser atendidos.
Lo mismo sucede con la falta de algunos medicamentos imprescindibles que no han llegado a las farmacias por no dejar pasar a las furgonetas de reparto. De eso hay que hablar también.
Me resulta increíble que todo esto esté sucedido en una Catalunya sensata, responsable y solidaria, poniendo en grave riesgo la salud de las personas... ¿Alguien del gobierno piensa en ello? ¿Se van a tomar medidas para que esto no vuelva a suceder?
Viendo cómo está el panorama y que Torra es el primero que se va a una marcha que corta carreteras, como no venga el Abad de Montserrat y se lo pida, aún nos quedan muchas más cosas que ver.
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